Observador observado

 

¿Cuál es la probabilidad de que una persona con una cámara se tropiece con un acontecimiento de importancia global? Casi ninguna. Pero si tenemos en cuenta que hay 1500 millones de personas que deambulan por el mundo portando algún aparato con cámara, la pregunta sería: ¿qué probabilidad hay de que un acontecimiento de importancia global no sea registrado? La diferencia entre estas dos preguntas, planteadas por Clay Shirky en su libro Excedente cognitivo (Ed. Deusto, 2012), sobrepasa el artificio y nos plantea una disyuntiva epocal. La primera pregunta está centrada en lo personal y su perspectiva es desalentadora en la medida que contrapone –por así decirlo– nuestra suerte a lo azaroso, y por lo tanto a lo ingobernable. La segunda pregunta, desde esa misma perspectiva sólo implicaría un cambio de escala, y por lo tanto una constante de lo improbable; pero desde una perspectiva más amplia, supone 1] el reconocimiento de un sujeto colectivo que está protagonizando un importante cambio cultural y 2] la alteración de un paradigma dominante: ya no sólo somos observados, también nosotros observamos. La infinidad de acontecimientos que en los últimos años fueron documentados con teléfonos celulares y luego compartidos en Internet, da cuenta de un recurso global que no sólo restringe lo improbable a 1 de cada 4: la posibilidad de registrar un evento público –dice Shirky–, se redujo prácticamente a la existencia de algún testigo. Dicho en otros términos: los hechos noticiables, que hasta hace poco dependían de la decisión y la visibilidad que le dieran los medios tradicionales a través de un relato unidireccional, y por lo general monolítico, hoy son abordados sin mediación y compartidos por un “público” que los mass-media ya no monopolizan ni pueden retener. Este fenómeno epocal, que Manuel Castells llama “autocomunicación de masas”, permite divisar, cotejar y analizar cualquier acontecimiento de manera independiente, interactiva y multidireccional. Más aún, la propagación exponencial y global de esta práctica de origen societal (en tanto que social de lo social), favorece el control ciudadano y reformula la ecuación “vigilar y castigar”. Puede sonar fuerte, pero ¿qué hace Wikileaks sino exponer ante la mirada del mundo lo que antes sucedía en el hermetismo del palacio y a resguardo de la opinión pública? ¿No es eso, acaso, una inversión de la lógica disciplinaria con que Bentham concibió el panóptico? Filtraciones y espías hubo siempre, pero “el poder” nunca estuvo tan expuesto globalmente por organizaciones civiles y sin fines de lucro, que funcionan cada vez más como órganos de contralor. De este modo, el dispositivo de poder que identificó a la modernidad y que gravitó sobre la vida social y particular en los últimos 250 años, se enfrenta a una suma de partes no identificables –y hasta el momento no controlables– con una enorme potencia ciudadana. Así lo atestiguan, sin ir más lejos, la suerte de José María Aznar, Hosni Mubarak, Ben Alí y hasta la del Papa Ratzinger.

A diferencia de cierta tecnofobia errática y desangelada, no hablamos de tecnología, hablamos de capital social. Entre otras cosas, porque lo que llamábamos ciberespacio ya no es una alternativa a lo real, sino lo real mismo que devino crucial para conectarse, comunicarse y movilizarse. La masificación de las TIC se convirtió en un “recurso global compartido” alrededor del cual se está configurando un “nosotros” que funciona como espacio de subjetivación y, por lo tanto, de resignificación del lenguaje, la percepción y los comportamientos. Un nosotros que “no habla por todos sino para todos” y que está dando lugar a una ética de la responsabilidad que consiste en “hacernos cargo en común de lo común”, implicando lo particular-local en lo común-global, como cuando alguien decide clasificar los residuos de su hogar o cuidar el uso del agua potable. Es decir, estamos ante un corrimiento de lo dado (que nos concebía como individuos racionalizadores de nuestro destino personal pero no del destino común) y el surgimiento de un nuevo estatuto colectivo que –en sintonía con la tradición humanista– concibe al cuidado de sí como cuidado de todos en sociedad, y viceversa.

En esta línea podemos leer no sólo la creciente cohesión latinoamericana, sino también la que, sin acompañamiento estatal, comenzó a desarrollar la población europea con experiencias como el 15-M, o la que se construye en otras latitudes alrededor de Occupy Wall Street y #YoSoy132. ¿El mundo cambió? Digamos que no. Pero si algo favorece el incremento exponencial de la capacidad expresiva de nuestra época, es la acción comunicativa en tanto que instancia de inter-comprensión y reconstrucción del sujeto colectivo desde una perspectiva que trasciende lo personal. Y eso no es poca cosa.

 

Fernando Peirone

 

Publicado el 24 de abril de 2013 en el diario Página/12, Sección La ventana: http://www.pagina12.com.ar/diario/laventana/26-218650-2013-04-24.html

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