Entrevista a David Viñas

La precariedad fenomenal, entre la cooptación y la crítica*

Viñas lamenta la falta de una izquierda política que acompañe el desarrollo de una izquierda cultural de fuerte tradición y producción en el país. Y admite que el discurso cultural perdió su proyección política al conjunto de la sociedad, en gran medida por la aceptación por parte de los intelectuales de los mecanismos de cooptación: “Creo que una inflexión de la cooptación es la homogenización”, plantea, para, tras un silencio, agregar: “Una ‘pareja’ para tener en cuenta es cooptación y ninguneo”. Y de inmediato remata: “Lo que se disuelve es la historia concreta. Estamos en una república de conciencias” que busca la corroboración de que todo está funcionando”.

Faro: En los comienzos del siglo XX uno podía encontrar núcleos de pensamiento de una identificación relativamente fácil. Daría la idea de que después de los 70 y con el advenimiento de la democracia, esos polos de pensamiento no tienen una representación tan definida y nos preguntamos qué permaneció y que no de aquello.

David Viñas: Por un lado yo destacaría algo que hoy me percute cotidianamente, y que es la carencia, o la no presencia decisiva o intensa de una izquierda política argentina, sintiendo de manera complementaria y contradictoria que hay cantidad de producciones concretas de una izquierda cultural, una producción considerable y en algunos casos de primer nivel. Probablemente haya una zona intermedia, pero en este momento la carencia se me presenta como algo muy concreto y próximo, una carencia en la que se encabalga lo político y lo cultural.

¿Por dónde empezaría a desmenuzar la situación?

Parecería que hay como una referencia, una alusión, a una perspectiva gramsciana, tanto en la práctica de este lugar y en la crítica que se le puede hacer. Empezaría entonces por lo más visible, lo que maltrata más, y que por sus características se puede proyectar sobre todo esto que estamos hablando. Hay una desproporción entre la apariencia, el aspecto, el edificio concreto del Centro Cultural de la Cooperación, del Instituto Movilizador de Fondos Cooperativos y su hacer. Creo que refracta esta impresión general que tengo, puede servirme como ejemplo de las disconformidades que puedo tener. Incluso para verificar también los huecos posibles de todo esto que estamos planteando, a lo que estamos aludiendo, como provocación para una superación posible.

¿Llegado a este punto no es necesario preguntarse si el discurso cultural no perdió capacidad para generar debate de proyección política?

Desde ya que si. Por eso me estoy refiriendo a un caso concreto, porque si no el riesgo de una pregunta así es contestar con generalidad. A partir de eso creo que se pueden enumerar con mayor precisión las carencias, las demoras, la falta de riesgo intelectual. Para decirlo bruscamente, este Centro Cultural, que evidentemente viene con una tradición política e incluso cultural de la izquierda, no han logrado perfilar prácticamente nada. Incluso en lo anecdótico y lo cotidiano. Porque hay sábados y domingos que ese gigantesco edificio, que es un palacio de la cultura, está cerrado. Con el agravante de que enfrente está el Centro Cultural General San Martín, que hace un planteo de acuerdo a los parámetros generales de este señor que hace años que está ahí, Kive Staiff, con un perfil, que si bien no tiene una pretensión crítica especial, tiene el propósito de la difusión. Quiero decir: que parece una cosa especular. Un edificio frente al otro, ambos gigantescos, con el agravante de que el Centro Cultural de la Cooperación es mucho más moderno. Y no se ha logrado una ecuación de producción, de planteo, incluso de agitación, de producción real crítica. Así como siento, por otro lado, que hay gente que se queja con toda la cautela del caso, porque desde una perspectiva institucional, podría parecer que se quejan porque no los convocan a ellos. Pero creo que se quejan porque es un edificio intimidatorio y sus resultados son nimios.

¿A qué adjudica esa desproporción?

Alguna gente que no se anda con vueltas dice que se debe al predominio de lo administrativo, incluso bancario, sobre una determinación política que no significa ir a pedirle el voto a nadie, sino de una teoría de la ciudad. No se ha proyectado nada. Y voy a un detalle más: la librería del Centro de la Cooperación se llama Cortázar. Y yo pregunto: ¿la izquierda argentina tradicionalmente no encuentra otras figuras más allá de lo consabido canónico? Se destaca en una ilustración a Victoria Ocampo, ¿y es que no ha habido otra mujer?, ¿nadie recorre la colección de Caras y Caretas? Allí hay fotografías de oradoras anarquistas que hablaban con un telón de fondo de paredes de ladrillo, mujeres que se la jugaban. Podríamos empezar a leer cierta producción que no es la hegemónica ni la libresca. Pienso, por ejemplo, que sería bueno leer, a corte de sincronía, un sainete de González Castillo, o de Roberto Cayol, y otro del consabido canónico de ese mismo momento, y no dice nada de nada. Hay un desconocimiento muy grande de toda otra zona de producción…

¿No se debe también a un exceso de corrección que impregna lo cultural?

Bueno, pero ¿qué quiere decir?, ¿qué es lo correcto? Suena de fondo de todo esto la palabra populismo. Y no, porque de populismo en este país hay dos ejemplos concretos que fueron desconocidos por el canon o por el discurso hegemónico: desde el Martín Fierro hasta Roberto Art. Me acuerdo cuando en el año 50 planteamos un suplemento dedicado a Art, un señor de La Nación, Augusto María Delfino, nos dijo: “Cómo van a dedicarse a un escritor de quiosco”… ¿Qué es un escritor de quiosco, de qué estamos hablando? Veamos, en esto que estamos diciendo de manera impresionista y también un poco desordenadamente, nos abocamos a la apertura de interrogantes críticos, y decimos: de los peores favores que les podrían haber hecho a Borges o a Cortázar son las canonizaciones correlativas: el borgismo y el cortazarismo. Ahora, uno se puede preguntar si no hay nada para rescatar más allá de eso. Y sí lo hay. En el campo de la crítica hay trabajos de primer nivel, que sirven para conjurar las carencias que estoy señalando. Que son carencias de instituciones, de un aparataje cuyos resultados me parecen precarios. Y por otro lado hay una producción aislada, individual, que no llega a ese lugar que pretende de una manera más o menos explícita.

¿Qué se rompió, qué se interrumpió, para que esto suceda?

Yo no sé si es el miedo, el terror, o si es la fascinación por ser cooptado. En materia de cooptación hay un ejemplo magnánimo, con mucho más genio retórico que los actuales. Y voy a ensañarme para que se entienda de qué estamos hablando en materia de cooptación. Cuando veo que el señor Sebrelli, alguien que todavía se reivindica marxista, asume la candidatura de López Murphy, que asiste y acuerda con la manifestación de Blumberg. Una digresión: qué densidad tiene lo de Blumberg, que es puro nominalismo político. Pregunto: ¿Qué densidad tiene Ud. Sebrelli? No sé qué idea tiene del marxismo. ¿El marxismo es escolástico, el pensamiento crítico también es escolástico? No, es todo lo contrario. A esta altura del partido, estos casos de cooptación se convierten en hombres de La Nación por el escenario que arman y el discurso que proponen y cultivan.

La Nación tiene columnistas de tradición crítica que en otro momento habría sido impensable. Tomás Eloy Martínez, por nombrar sólo uno. ¿La Nación se ha convertido en “el altar” de los discursos?

Es una tribuna cada vez más reaccionaria. Y creo que ahí hay una inflexión decisiva en los años 20, cuando lo echan de la redacción a Leuman por un pedido al señor Jorge Mitre del arzobispo Espinoza. Está publicado en un libro del propio Leuman, que se llama La Iglesia y la Literatura. Lo expulsaron por un cuento de Navidad sobre la Virgen.

¿Esa intolerancia es el límite para los que no pueden ser cooptados?

Creo que una inflexión de la cooptación es la homogenización. ¿El peronismo qué es? Es el buen sentido de los argentinos. ¿Y el proyecto político cultural cuál es? Es ser todos de centro. Una “pareja” para tener en cuenta es cooptación y ninguneo. El caso de León Rozitchner es muy patético y me toca muy de cerca por la relación que tenemos. Cooptación y crítica, él y su hijo. Es paradigmático. Un padre que obstinada y lúcidamente trabaja con una serie de temas que no son chucherías, y su hijo, que por otro lado sigue usando el apellido.

¿Hoy entonces la cooptación es lo civilizatorio, en sentido sarmientino?

Quizá para responderlo tengamos que preguntarnos qué sentido, qué características tiene la cooptación. Un cooptado, ¿qué es? Tenemos que desmontar cierta nomenclatura, ¿es un “políticamente correcto”, esa formulación que tiene acuñada el poder? ¿Qué es ser políticamente correcto, no meterse el dedo en la nariz, no decir pija?

Parece primar una radicalización del bien, sin un concepto relativo. ¿Es algo que sucede en sociedades que, como la nuestra, vivieron experiencias tan terribles, y luego tienden a buscar un bien absoluto?

Ahí lo que se disuelve es la historia concreta. Estamos acá en una república de conciencias, busquemos más o menos de manera explícita la corroboración de lo que aquí está funcionando. Son todas formas de sostenimiento del status quo. Que esto siga sin ningún tipo de concesión. Es algo muy significativo de este país. Una vez hablando con Patricio Echegaray, del Partido Comunista, le dije que tenían que hacer autocrítica, y me contestó: “Ya la hicimos”. Yo le dije que no, que la autocrítica no es un episodio sino un continuoum, permanentemente hay que estar haciendo autocrítica. No es decir qué mal me manejé con mis hijos, qué torpe que fui, y después, ya guardo todo en un cajón.

Es que las autocríticas han pasado a ser administrativas, el paso “que hay que dar”.

Y sí, en el sentido de que fragmentan el tempo de actuación y lo subordinan a lo políticamente correcto. Es la antipolítica, la antifilosofía, entendiendo a ambas (política y filosofía) como la formulación de la posibilidad de totalizar una perspectiva. Entonces, fragmentemos eso, que no exista esa posibilidad. Quizá se podría inferir que la autocrítica es una posibilidad que tienen los intelectuales.

La autocrítica repasa y se expide sobre lo hecho, sobre la acción. Pero hoy en día hay una práctica tan cuidada que casi no hay lugar para la autocrítica de errores o aciertos. ¿Quién podría hacer una autocrítica hoy?

Yo propondría una práctica de encuentro colectivo, de gran espacio abierto. Y quizás por eso me encarnizo con ese gran centro cultural (por el de la Cooperación), porque teniendo ese espacio falta la convocatoria.

En nuestro país hubo una práctica del encuentro, ¿cuándo fue que se perdió?

Han incidido varias cosas. Quizás son dos momentos anteriores muy antagónicos a este tipo de cosas. Quizá el ímpetu del encuentro se derivó hacia una cosa de tipo armamentista y eso nos llevaría a hacer un análisis minucioso de los 70 específicamente. Y la dictadura, desde ya, que fue muy opuesta a lo más elemental de la tertulia, el encuentro.

De todas maneras parece que no es que no exista tal voluntad de autocrítica, la revista Lucha Armada se agota cada número y la polémica iniciada precisamente por la autocrítica de Oscar del Barco, ha encolumnado tras de sí a casi todas las revistas culturales argentinas.

Sí, pero falta la práctica del encuentro. No sé qué personas podrían generar ese encuentro. Hay gente que está trabajando y diciendo cosas muy en serio, muy bien dichas. No se puede decir nadie dijo nada, pero pongo un ejemplo: descubrí hace poco un libro donde María Pía López que trabaja con la categoría de metamorfosis. Y yo desconocía que ella hubiese trabajado sobre eso, siendo que tenemos trabajos conjuntos y estamos muy en contacto, vinculados por trabajos y libros en conjunto. Parecería que estamos en una etapa de precariedad fenomenal. ¿No?

 

 * Esta entrevista fue realizada en junio de 2007 por Aldo Marinozzi, María Cecilia Muruaga y Fernando Peirone para el Nº 2 de la Revista Faro, editada por la Facultad Libre de Rosario y Homo Sapiens Ediciones.
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