En lugar de decirles ‘saquen una hoja’, les dije: ‘saquen los celulares y manden un SMS’
Alrededor de 2006, noté que en la misma medida que los jóvenes abandonaban el reloj pulsera comenzaban a usar celulares. Esos dos cambios de hábitos implicaban, simultáneamente, el abandono de una temporalidad y la adopción de una nueva espacialidad. Por un lado, una temporalidad en la que el pasado, el presente y el futuro se fundían en un presente absoluto; y por otro, una espacialidad en la que los límites de lo íntimo y lo local se abrían a una extimidad abierta y planetaria. Es decir, el aula que para nosotros los docentes era un lugar cerrado y a resguardo del mundo, para los jóvenes –con los sms– se había convertido en una gran plaza pública en la que se mantenían en estado asambleario permanente con sus “contactos”.
Mientras la escuela seguía reproduciendo ambientes y escenarios del pasado, la comunidad estudiantil protagonizaba una interacción que nos era completamente ajena. Me pareció entonces que como docentes debíamos salir de nuestra propia cuarentena y abrir las ventanas de los claustros (cuya etimología significa “encierro”) a un mundo que, desde el higienismo del siglo XIX y sin solución de continuidad, se había considerado contaminante.
A partir de ese momento comencé a incorporar los canales intersticiales que abrían los celulares como recursos pedagógicos para la enseñanza de la filosofía. Sobre todo para la producción filosófica. Por ejemplo, después de hablarle a mis alumnos de la duda cartesiana, en lugar de decirles “saquen una hoja”, les decía “saquen sus celulares y manden a la persona que ustedes quieran un sms que diga ‘pienso, luego existo?’”. Sobre las variadas respuestas que llegaban de vuelta al aula, y en un clima de gran entusiasmo, comenzábamos a trabajar la idea de sujeto moderno y su metamorfosis actual.
Publicada en el diario Tiempor Argentino, 12 de mayo de 2012
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