Las ciencias sociales frente a una nueva dimensión política
Con menos pruritos y remilgos que aquellos que provienen de las ciencias sociales, los arquitectos suelen declarar que la informática produjo un salto sin precedentes en su disciplina. Tanto sea por los recursos que potenciaron los softwares aplicados al diseño o por la tecnología digital adaptada a las estructuras, la arquitectura mundial ya no es la misma. La sensación de que los límites de lo posible están más en la imaginación que en las herramientas, hizo que la arquitectura –entre otras muchas disciplinas– volviera realidad una máxima que en otros tiempos se podía tomar como una profecía fantasiosa y que hoy parece signar nuestro tiempo: “Todo lo que se pueda imaginar, se puede hacer”.
El impacto que las Nuevas Tecnologías tiene en los comportamientos sociales no es menos relevante. Sólo que la resignificación de los vínculos interpersonales y la alteración de los modos de entender la política, el comercio y la educación, no resultan tan visibles como una torre giratoria de 420 metros de altura, en la que los propietarios pueden elegir la orientación cardinal de sus pisos según les plazca y cuantas veces al día como lo deseen. Esto podría explica en cierto modo el retardo de las ciencias sociales para pensar nuestro tiempo y aprehender las implicancias de un fenómeno del que evidentemente resulta muy difícil tomar distancia. ¿Pero cuál es la causa de ese retrazo?
Es cierto que la dinámica tecnológica y el aluvión multimodal en que se despliega la era digital ha convertido a los cientistas sociales en comentadores de lo inmediato, más cercanos al periodismo que a un pensamiento científico. También es cierto que la mayoría de los sociólogos, filósofos, psicólogos, pedagogos y politólogos actuales, se formaron a la luz de la cultura enciclopédica y que un buen número de ellos vive con la lógica de otros tiempos. ¿Pero el problema está en el anacronismo de los cientistas sociales o en las herramientas teóricas que hasta no hace mucho nos permitían comprender y explicar los fenómenos sociales?
Tomemos el caso de la sociología. Explícita o implícitamente la sociología sostiene su corpus teórico en el Estado-nación, no sólo como idea de sociedad, sino como molde cognitivo y continente de las categorías con que las ciencias sociales piensan su objeto[1]. ¿Pero hasta qué punto puede mantener su vigencia este patrón teórico, cuando la propia sociología afirma que la sociedad se desvanece en la desagregación, la desvinculación, la desinstitucionalización, el desanclaje, la desterritorialización, el desapego y la crisis de representación? Habitamos un tiempo donde mucho de lo que era real, sólido, seguro, perdurable y nacional, se ha vuelto virtual, flexible, ambiguo, frágil, líquido, evanescente y global. Algunos sociólogos describen esta transformación como una consecuencia no intencionada del proyecto de la modernidad, que ha desarrollado una lógica propia en la que el sistema se ha ido disociando paulatinamente del sujeto y en la que gran parte de lo que conocíamos se ha separado del sentido que tenía para ser llenado de sentidos nuevos. En este proceso, mientras el sujeto ha perdido estabilidad, orientación y certezas, las ciencias sociales han perdido los canales que las conectaban con sus marcos interpretativos. Existe, pues, un funcionamiento social y una vida con gamas que, paradójicamente, escapan de lo sociológico. Frente a un objeto que rehuye su interpretación y deja a la sociología sin su razón de ser, tal vez haya llegado el momento de asumir que lo social ha cambiado de tal manera que para ser interpretado hacen falta nuevos instrumentos de análisis y un marco epistemológico diferente. Convengamos que lo que estamos describiendo no es moco de pavo: los paradigmas de una ciencia no cambian todos los días. Pero esto no es un hecho aislado, dilemas como éste, en mayor o menor grado, se extienden a todo el campo de las ciencias humanas y sociales, propagando un clima de incertidumbre generalizada del que cuesta encontrar antecedentes sin referir cambios trascendentales de la historia humana. Como contraparte, y complejizando aún más el panorama, debemos decir que resulta igualmente difícil ubicar un momento histórico con mayor competencia profesional, mejores recursos técnicos y mejores infraestructuras institucionales que el actual para hacerle frente a su tiempo. A pesar de todo esto, las ciencias sociales y humanas se hayan en serias dificultades para abordar, entender y anticipar su entorno.
El propósito de este trabajo es analizar en qué medida participan las Nuevas Tecnologías de esta situación, y precisar de qué modo colaboran en la organización de un nuevo constructo social.
Red de redes
Mucho se habla de la relevancia que tienen las nuevas tecnologías en el proceso que acabamos de describir. Pero, ¿qué son las nuevas tecnologías?, ¿son una parte diferenciable o debemos ovillarlas junto a la manipulación genética, el panóptico global, la crisis financiera, la fiebre porcina, el calentamiento de la atmósfera y la miríada de calamidades que acosan a la especie humana? A favor de aquellos que le imputan a las nuevas tecnologías una responsabilidad directa sobre lo que nos pasa, debemos reconocer que el desarrollo de las aplicaciones relacionadas con los procesos de comunicación y las áreas de informática, vídeo y telecomunicación, han contribuido decisivamente para que la realidad circundante resulte inasible. Pero como bien dice el filósofo de la era digital, Pierre Lévy, lo que se identifica de manera vulgar bajo la denominación de «nuevas tecnologías» recubre de una actividad multiforme de grupos humanos y un devenir colectivo complejo. Dicho esto, nos enfocaremos en una pregunta menos vasta: ¿cuáles son los modos concretos en que las nuevas tecnologías participan de estas mutaciones, y cuál es su influencia real?
Empezaremos por decir algo que, aunque sabido, no deja de ser relevante. Las nuevas tecnologías han favorecido el surgimiento de una cultura participativa que hasta no hace mucho era inimaginable; los blogs, fotologs, videologs, YouTube, los ficheros compartidos y los contenidos wikis, son fenómenos tecno-sociales que en los últimos veinte años han tenido un crecimiento exponencial. Las redes sociales, enancadas en plataformas de uso completamente extendido como Flickr, WordPress, MySpace, Twitter y Facebook, han resignificado la índole misma de los mapas sociales. Se han vuelto tan insoslayables, que ya no existe político, empresa ni artista que no tenga presencia en alguna de estas redes, sino en todas. Mercado Libre, eBay, PayPal y Skype son los formatos hacia donde se encaminan sostenidamente los modelos de negocio y las comunicaciones. Chequear el precio de un producto por Internet antes de salir a comprarlo, ya es un hábito incorporado. ¿Cuánto falta para que se dejen de realizar llamadas internacionales existiendo Skype, que permite una videocomunicación desde cualquier lugar del mundo, con el único requerimiento de una buena conectividad, que se puede conseguir cada vez más en forma gratuita en las zonas wi-fi? Cada vez más gente, antes de ir a comer a un restaurante nuevo, busca la opinión que le ha merecido a otros comensales, por ejemplo, en la Guía Óleo. Esto, que comienza a ser moneda corriente, tiene implicancias considerables en la estructura social, comercial, y política. Tomemos cuatro ejemplos emblemáticos, que signaron el comienzo de una nueva época en campos estructurales como el comercio, la política, los medios de comunicación y la educación.
En comercio. El 1º de octubre de 2007, Radiohead, una de las bandas de rock más famosas del mundo, anunciaba que el día 10 de ese mismo mes sacaría su séptimo álbum, In Rainbows. La noticia conmocionó, mucho más allá de sus millones de fans, por el modo en que salía a la venta: se podía descargar de internet, desde la página oficial de la banda, sin intermediarios ni sello discográfico. Pero eso no era todo: el álbum no tenía precio fijo, el valor se lo daría cada usuario al momento de bajarlo a su PC, incluso podía no pagar nada. El 5 de noviembre de ese mismo año, ComScore, líder mundial en medición de consumo en internet, publicó los primeros números de las ventas. El precio promedio era de u$s 8,05, y a pesar de que el 62% de quienes hicieron las descargas no pagaron un sólo centavo, el universo que abarcaba el 38% restante era muy superior al 100% del público al que podrían haber llegado por el circuito de venta tradicional y en disco compacto; más aún: la mayoría de las descargas gratuitas correspondían a personas que nunca hubieran comprado el álbum, pero que en el momento de bajarlo se constituían en potenciales compradores de futuros álbumes. En términos de Tim O’Reilly, uno de los promotores del código libre: “la mayor amenaza de los productos no es la piratería, es la oscuridad”. Hoy, las disquería se han reducido a la industria del regalo; la sensación es cada vez más parecida a la que vivimos frente a los puestos feriales de vinilos o los talleres de chapa y pintura, cuando arreciaron los negocios de autopartes. Musimundo vende cada vez más electrodomésticos, Zivals cada vez más libros. La Tower Record, que llegó a ser la cadena de disquerías más importante del mundo, ya no abre locales de venta física, ha virado su estrategia comercial a la venta online, aunque sus reflejos fueron bastante más lentos, por ejemplo, que los de Amazon, Wal Mart o Itunes, ya que entre las tres lograron quedarse casi con la mitad del mercado on line de EEUU. Apple, para dar un dato cierto, posee un catálogo de 12 millones de canciones y el 25 de febrero de este año anució que alcanzó los 10.000 millones de canciones vendidas a través de la tienda iTunes.
En política. Tras el atentado terrorista de Atocha del 11/3 de 2004, en el que quedaron 192 muertos y 1421 heridos, José María Aznar, a tres días de las elecciones presidenciales, con la victoria asegurada de su candidato Mariano Rajoy, no quiso que el atentado fuera asociado a su decisión de participar en la guerra de Irak, tal como había ocurrido en EEUU con el atentado a las Torres Gemelas. Montó entonces una rápida operación mediática para inculpar a la ETA. La autenticidad de los datos era dudosa y los españoles comenzaron a sospechar que el gobierno sólo quería ganar tiempo, o sea: las elecciones. Un día después, el viernes 12, más de once millones de personas salían a las calles de todo el país para repudiar el atentado y preguntar “¿Quién ha sido?”. Sin respuestas claras, comenzaron a circular millones de mensajes de texto llamando a la resistencia y denunciando la manipulación de la información. Descubierto el artilugio de Aznar, dos días después el mal humor se expresó en las urnas, derrotando al Partido Popular de un modo aplastante y dándole una victoria inesperada al Partido Socialista de José Luis Rodríguez Zapatero.
Cuatro años más tarde, Barak Obama le concedía a las Nuevas Tecnologías un valor estratégico durante su campaña, incorporando a YouTube, Facebook, MySpace, Flickr y Twitter como herramientas para recaudar fondos y movilizar voluntarios. Ya como presidente, en abril de 2009 incorporó un nuevo miembro al gabinete, Aneesh Chopra, un CTO (Chief Technology Officer), cuya función es pensar estrategias de gobierno multidireccionales utilizando las nuevas tecnologías en función de la administración, la comunicación, la participación y la socialización de la gestión. Hoy las comunidades virtuales ya son una parte insoslayable de la escena política. Hasta no hace mucho era impensable que el futuro político de un país como Moldavia, uno de los más pobres de Europa, independizado del bloque soviético en 1991, fuera movilizado a través Twitter o Facebook, sin embargo las protestas que suscitaron las elecciones de 2009, como antes Irán, fueron impulsadas básicamente por contactos virtuales, prescindiendo de los canales clásicos de comunicación. Estos recursos también tuvieron sus momentos de fama entre nosotros, cuando el conflicto del campo; la facción que se oponía a las retenciones, conciente del sector social sobre el que tenía predicamento, utilizó los sms y las cadenas de mails como un método más de sus convocatorias.
En los medios de comunicación. El crecimiento de los diarios digitales y los lectores de ebook como iPad y Kindle hace que mucho se hable del agotamiento de la industria gráfica. Tanto es así, que muchos consideran a los periódicos como “una especie en peligro de extinción”. Aunque al parecer no son los únicos del rubro que corren ese riesgo, lo mismo se presagia para la radio y la televisión, que –vaticinan– serán igualmente engullidos por la Red de redes y el creciente uso de los podcast. Como dato de la realidad, podemos decir que desde la aparición de Internet, sólo en EEUU han dejado de imprimir en papel más de 100 periódicos. No es un detalle menor, claro está, que EEUU sea el país con mayor acceso a Internet del mundo; o sea: a mayor acceso a internet, menor venta de diarios en papel. Spencer Reiss, de la revista Wired, explica este proceso con claridad meridiana: “El método tradicional de publicar un diario, implica cortar árboles en Escandinavia, procesar la madera para convertirla en papel (en algún país sudamericano, claro está), transportar el papel en barco a un puerto y después en camión a la ciudad donde están las máquinas de impresión, con sus costosos operarios. Y todavía queda la fase final: transportar el producto impreso a los dispersos punto de venta. El método actual, implica un tipo con un ordenador que aprieta unas teclas y envía el mismo producto a las pantallas de un número ilimitado de consumidores. ¿Quién gana?” El panorama, por su puesto, no es tan simple, pero es inquietante: porque mientras las versiones impresas bajan las ventas de manera estrepitosa y los lectores virtuales aumentan por millones, de cada 100 pesos que ingresan por pautas publicitarias de la versión impresa, sólo 3 entran por la versión virtual. ¿Cuánto falta para que deje de ser negocio una pauta publicitaria que cada vez ve menos gente? Los que crean que esto es sólo la crisis de un modelo de negocio, se equivocan. Internet ha relativizado la autoridad de quienes emiten la información, el carácter dominante de quienes hasta no hace mucho definían la agenda temática; lo cual acarrea un cambio sustancial en el sistema político, en las relaciones de poder, y en el carácter de la democracia tal como se la ha entendido desde finales del siglo XIX[2]. Esto se debe a que no sólo han cambiado los hábitos de lectura, la web 2.0 ha empoderado a los lectores, que ahora pueden recomendar y clasificar las noticias a través de Enchílame, Digg, Menéame, o Delicious, o pueden generar contenidos alternativos propios de gran circulación, tal como ocurre en la blogósfera, que se ha vuelto una valiosa fuente de noticias “no oficiales”. Hoy, la autoridad de Telenoche y Santo Biasatti son una caricatura de lo que representó en otros tiempos el noticiero de las 20. En un universo electoral como el de la ciudad de Buenos Aires, Youtube ya puede hacer con un político lo que TN no logra ni en cinco años de noticias adversas, sino pregúntenle a Aníbal Ibarra.
En educación. Se ha abierto una brecha importante entre lo que se enseña en las escuelas y lo que realmente es necesario aprender para afrontar los retos de nuestra época. La escuela reproduce ambientes y escenarios del pasado. Los paradigmas de la teoría del aprendizaje con que actualmente se maneja la educación, fueron desarrollados en momentos en que el impacto de la tecnología en el sistema educativo era escaso, cuando el libro y la escuela eran los marcos de referencia; hoy, la escuela ya no es el único lugar en que se legitima el saber. Mientras tanto, los docentes se ven compelidos a cargar de sentido aquello que ni la escuela ni la familia están pudiendo resolver. ¿Qué hacemos con esos docentes interpelados a dos puntas, por padres desconcertados que no logran situarse en el tiempo de sus hijos y alumnos que demandan una consideración más acorde al mundo en que despliegan sus vidas? ¿Cómo incluimos a la escuela en la dinámica social que demanda la época? La misma discusión debe extenderse a la universidad, ¿o suponemos que lo que le está pasando a los diarios impresos no puede ocurrirle a las universidades? Es menester que la universidad revise su rol social, su modelo institucional, el sujeto de aprendizaje hacia el que orienta su empresa, y por lo tanto: su concepción curricular, sus métodos pedagógicos, sus recursos didácticos, y la competencia de sus perfiles profesionales.
Como se puede ver, no son pocos los descalabros que ha generado la irrupción de las nuevas tecnologías. La dimensión y el alcance de lo que estamos hablando, hace que nadie esté a salvo de sus repercusiones. A pesar de esto, no faltan los pensadores que siguen cerrando los ojos frente a las evidencias palmarias de esta realidad, o ridículamente se vuelven militantes de la antitecnología. Son los que habitan –¡y analizan! – un mundo digital con conceptos analógicos. Lo que no se comprende, mejor demonizarlo. Un signo de esto es el filósofo José Pablo Feinmann, que en su afán por ilustrar al mundo, es capaz de decir muy suelto de cuerpo que “internet es el opio de los pueblos” (Canal Encuentro, 29/03/09, 16 hs.). Un mecanismo propio del prejuicio, el mismo que frente a “Cumbio”, prefiere subestimar y estigmatizar antes que reconocer y analizar un curioso emergente de la cultura flogger.
Con esto no estamos diciendo, por si hiciera falta aclararlo, que los cientistas sociales deban perseguir histéricamente el último grito de la tecnología y estar al tanto de cada salto generacional de la técnica, porque además de ser imposible, no se trata de eso; pero tampoco se trata de perder el hipo como si descubriéramos que nos invaden los extraterrestres. Se trata, en todo caso, de ver de qué modo las Nuevas Tecnologías están interpelando a la sociedad de nuestro tiempo. En este sentido, para las ciencias sociales la reflexión sobre la era digital no es una elección, es una necesidad.
La invasión de los bárbaros
Por todo lo dicho, podemos reconocer que estamos ante un fenómeno al que se le puede hacer un recorte generacional. Los nativos digitales, sin embargo, parecen estar por encima de las controversias; para ellos, la era digital es el entorno en el que han crecido, no tienen ninguna anomalía. Se mueven con solvencia donde los mayores se sienten impotentes. Su saber práctico los posiciona en el mundo con una potencia y una sensación de independencia inusual. Sienten que en muchos sentidos están por encima de sus mayores; y de hecho, sobran los casos en que han alfabetizado tecnológicamente a sus padres y docentes. Montados sobre el potencial de las nuevas tecnologías, estos chicos emergen como la punta de lanza de una realidad en la que no sólo intervienen, sino que en buena medida diseñan, afectando la vida cotidiana y los vínculos de lo más próximo a lo más lejano. Veamos algunos ejemplos paradigmáticos:
- Shawn Fanning, en 1999, con apenas 19 años, creó Napster, un programa para compartir archivos que de allí en más haría temblar a las industrias discográfica y cinematográfica.
- Mark Zuckerberg creó Facebook en 2004, cuando también tenía 19 años; hoy, con 23, su creación se transformó en una de las redes sociales más importantes del mundo con más de 500 millones de usuarios. Esta red social es el no-lugar de donde en la actualidad surgen –o se acompañan– gran parte de los acontecimientos sociales y políticos del planeta. A raíz de lo cual Manuel Castells, la considera “la plataforma de movilización y debate político más importante del mundo”.
- Larry Page y Sergey Brin, crearon Google en 1996, cuando tenían 23 años, hoy es la marca más valiosa del mundo, con un valor estimado 66.000 millones de dólares, superando a empresas emblemáticas como Microsoft, General Electric y Coca-Cola.
Esta tensión generacional no tiene antecedentes, no se trata de un proceso de superación dialéctica. Somos testigos de un agotamiento y un colapso de alcance planetario, frente al cual no alcanza con desconectar el módem o resistirse a usar celular. Para ser más claros: habitamos un tiempo en el que se están definiendo futuras cosmovisiones, la matriz conceptual y social sobre la que se organizarán la mayoría de las prácticas sociales futuras. Algunos, con rigor decimonónico, niegan lo que es más que evidente y condenan a los jóvenes como el producto de una tecnocracia que abolió el humanismo. Los tiempos que corren demandan una mirada menos rígida. Hace falta superar el diagnóstico y las condenas a la modernidad que terminan inexorablemente en el pesimismo. Ya no basta con decir que el amor y la modernidad se han vuelto líquidos o con estar predispuestos para la irrupción del acontecimiento que eventualmente reformule las condiciones políticas. Tal vez, lo que hace falta, es asumir que se está pensando de otro modo.
De esto habla el escritor y filósofo italiano Alessandro Baricco en su libro Los bárbaros: ensayo sobre la mutación. Tras su publicación Baricco se convirtió en un autor remanido, sobre todo entre quienes se abocan a descifrar las claves de nuestro tiempo; su estilo ameno y ágil, más próximo a la divulgación que al ensayo académico, hizo que se le echara mano sin miramientos, sin embargo no hubo nadie que hiciera una proyección institucional y política de su pensamiento. En nuestro caso no sólo puede ayudarnos a una mejor comprensión del fenómeno que estamos describiendo.
Baricco considera a la avanzada generacional-tecnológica como la causante de grandes mutaciones planetarias. En el capítulo dedicado a los libros, dice que las novelas y gran parte de la cultura libresca fue escrita, no sólo para gente que participaba de una historia y de un gusto cultural (el de la ilustración), sino que además demandan un tiempo anómalo (el de la lectura). Para leer a Faulkner, por ejemplo, no sólo hace falta saber leer: hace falta haber leído mucho, casi tanto como para apropiarse de una nueva lengua. Faulkner, Musil, Proust y Joyce, no sólo escribieron para otra época y un mundo que ya no está, produjeron obras con una utilidad espiritual que se ha vuelto insustancial. Los bárbaros son prácticos y se preguntan: ¿qué sentido tiene hacer un esfuerzo sobrehumano para aprender una lengua muerta cuando existe todo un mundo que habla una lengua que conozco y me sirve para comunicarme, para pensar y para crear? La lectura de Faulkner exige pertenecer a un mundo que ya no es redituable. Y frente a la emergencia de la nueva cultura, los faulknerianos corren el riesgo de volverse autorreferenciales y anacrónicos. Salvando las distancias, es como pretender habitar un mundo ptolomeico después de Copérnico; se puede, como se puede creer en Dios después que Nietzsche le diera la extremaunción, pero eso no nos sincroniza con el pensamiento de nuestro tiempo. La lengua del nuevo mundo es ligera, sus instrucciones de uso no están en los libros, están en la televisión, en el cine, en la publicidad, en la música rápida, en el periodismo, en los mensajes de texto, en el Chat, en la blogosfera. El error está en considerar que es una lengua de gheto o de tribus urbanas. No. Esta lengua se ha vuelto la lingua franca de nuestro tiempo.
Baricco sostiene que Google es el corazón de una nueva civilización, y que el modo en que procede el buscador es un modelo de cómo opera la mente contemporánea, un ejemplo de la mutación que estamos viviendo, donde Google mismo es un emergente de esa nueva manera de pensar y donde el valor de una idea ya no está determinado por sus características intrínsecas, sino por una composición de materiales distintos, muchos de ellos exógenos; como si la mente hubiese abandonado la lógica racional para volverse sistémica y relativa a la trayectoria y a la secuencia de relaciones posibles; como si el Sentido, que durante siglos estuvo ligado a la idea de concepto y a un ideal de permanencia, sólida y completa, se disolviera en un movimiento permanente, resignificándose todo el tiempo. En la era de Google, preguntar “¿qué es esto?”, significa preguntarse qué camino ha recorrido fuera de sí mismo, en relación a los demás; y lo que hoy es de un modo, mañana puede ser de otro, sin que la mutación sea un valor negativo ni una contradicción. “La idea de que entender y saber significa penetrar a fondo en algo hasta alcanzar su esencia, es una idea –dice Baricco– que está muriendo: la sustituye la instintiva convicción de que la esencia de las cosas no es un punto, sino una trayectoria, de que no está escondida en el fondo, sino dispersa en la superficie, de que no reside en las cosas, sino que se disuelve por fuera de ellas, donde realmente comienzan, es decir, por todas partes.” Pensar es como navegar: extensión en vez de profundidad, viajes en vez de inmersión, juego en vez de sufrimiento.
Baricco, por cierto, no es el único pensador interesante de nuestro tiempo, existen varios y muy buenos. Manuel Castells, tal vez sea el que mejor ha trabajado el cruce de comunicación, poder y contrapoder en la sociedad-red; sus dos obras más conocidas son La Era de la Información y Galaxia Internet. Otro autor tan oportuno como interesante es el norteamericano Chris Anderson, editor jefe de la revista Wired y autor de “la larga cola”, un trabajo que estudia tipos de negocios y modelos económicos de internet y el entorno digital que terminó convirtiéndose en uno de los libros de negocios más importante de los últimos tiempos. Pero hay cuatro autores que resultan particularmente sugestivos por el recorte de su interés. Son James Surowiecki, Howard Rheingold, Clay Shirky y Pierre Levy.
- James Surowiecki es autor de La Sabiduría de los Grupos, y su interés se concentra en el estudio de los criterios y los resultados de las decisiones tomadas en grupo.
- Howard Rheingold, es autor de Smart Mobs: The next social revolution, y desde hace años estudia las implicancias sociales de la tecnología. Smart mobs, que significa “muchedumbres inteligentes”, es una expresión acuñada por él para referir comportamientos sociales inteligentes y eficientes que se producen a partir de la evolución de las nuevas tecnologías y del potencial de enlaces en red.
- Clay Shirky. Su libro más reconocido, Here Comes Everybody (Aquí vienen todos) es un ensayo sobre “lo que ocurre cuando las personas se dan las herramientas para hacer cosas juntos” y el impacto institucional revolucionario que está teniendo la colaboración global en la producción de valor.
- Pierre Levy, es filósofo y autor de Inteligencia Colectiva, un ensayo donde analiza el modo en que las redes sociales que posibilitó la masificación de las nuevas tecnologías favorecen, a su vez, la creación de herramientas tecnológicas que permiten la construcción cooperativa de conocimientos de muchos con muchos.
¿Qué están pensando estos autores? Levy es un curtido lector de Deleuze y discípulo de Castoriadis; como los otros tres, sabe que cuando se habla de “construcción cooperativa de conocimientos de muchos con muchos”, está ingresando en el campo de la teoría política. La idea no es nueva, se remonta a mediados de los ’60, cuando los hackers crean un contrapoder con un acuerdo base: el intercambio abierto, libre y gratuito de datos. Entre aquellos primeros nerds, contemporáneos del mayo francés, y los impulsores del software libre hay un continuum hilvanado por una idea de poder que no casualmente condice con una de las premisas más extemporáneas de los estudiantes franceses: impulsar acciones políticas sin pretender dirigirlas. En sus cabezas, tal como lo señala Berners-Lee[3], el intercambio y la construcción colectiva del saber tiene un valor estratégico. La propia internet es el producto de comunidades que motorizaron su desarrollo sorteando los obstáculos de un conocimiento de acceso restringido (bases de datos, archivos, bibliotecas, etc.)[4]. Pensemos esto en un contexto donde 1/3 del planeta ya tiene acceso a internet y casi el 70% lleva un celular encima las 24 horas del día. Las nuevas tecnologías han habilitado sus ventajas al ciudadano de a pie, a partir de lo cual se ha desarrollado una cultura participativa que utiliza esos recursos para generar asociaciones horizontales, fiscalizar las instituciones y calificar los medios de comunicación. En palabras de Howard Rheingold: “en la era de la comunicación de ‘muchos con muchos’ cada escritorio se ha transformado en una imprenta, en una estación de radiodifusión, en una comunidad o en un mercado”.
Nos encaminamos hacia una cibercultura sin centro, sin líneas directrices, y con una portentosa caja de herramientas al alcance de mucha gente. Se trata de una cultura que ha abandonado la idea de que el conocimiento es poder; hoy, el poder está en compartir ese conocimiento. Este modus operandi ya no se circunscribe a la red, se ha transformado en el fundamento de prácticas sociales que se ramifican en lo político, en lo económico y en lo artístico. Se puede ver en la cada vez mayor cantidad de municipios, universidades y ONGs que adoptan software libre; en los músicos que liberan sus composiciones para que los usuarios las remastericen a su gusto; en los foros de discusión ciudadana que vehiculizan propuestas comunitarias y montan sus propios sistemas de información y comunicación.
Ciudadanos del mundo
Hace poco más de un año Microsoft discontinuó su enciclopedia Encarta, se rindió frente al trabajo colaborativo de Wikipedia. Encarta era un negocio millonario, sostenido sobre la venta de una licencia de acceso económico restrictivo; Wikipedia se sostiene fundamentalmente con aportes anónimos y desinteresados de los usuarios. Con la misma lógica, la telefonía es progresivamente reemplazada por los protocolos de internet; las discográficas y las cinematográficas por los archivos compartidos; la TV, la radio y los diarios son versionados en formato digital de bajo costo; los editoriales son desafiados por los e-books y los readers. Hay un modelo que está en crisis. Esto no quiere decir que vayamos hacia una sociedad sin injusticias, pero no podemos desconocer la dimensión política de este fenómeno. No es política convencional: no tiene un sujeto político identificable, no hay nadie que detente ningún palacio de invierno, no hay una acumulación de poder para gobernar. Los nativos digitales se sienten ciudadanos del mundo, comparten sus conquistas con gente que no conocen ni les importa conocer. La red funciona como un sistema de toma de decisiones en asamblea permanente, como una construcción de poder que se capitaliza en forma colectiva. Es un poder que circula anónimamente, como poder de decisión compartida.
Después de todo esto, podemos responder la pregunta del comienzo y decir que las Nuevas Tecnologías innegablemente están en el numen de un nuevo constructo social que pone en crisis viejas estructuras. Abordarlas desde la exaltación no conduce a nada, pero desde la negación tampoco.
Publicado en 2010 en el Nº 11 de la Revista Mal Estar
[1] Sobre este tema Gabriel Gatti realiza un amplio desarrollo en La teoría sociológica visita el vacío social (o de las tensas relaciones entre la sociología y un objeto que le rehuye)
[2] Soledad gallego Díaz, Prensa y democracia, Diario El País de España, 10/05/2009
[3] Impulsor de la WWW, World Wide Web (Red Global Mundial) que extendió mundialmente el uso de la web.
[4] No faltará quien nos quiera despabilar señalando que Apple, Google, Yahoo y Amazon, no son emprendimientos románticos, y que detrás de las Nuevas Tecnologías están Intel, Microsoft, IBM, Nokia y Sony, que son grandes oligopolios. No discutiremos esto en la presente nota, sólo diremos que no es todo lo mismo, hay grises: Google no es IBM, Firefox no es Explorer: son modelos diferentes.